Esta segunda parte de Génesis (caps. 12—50) representa el comienzo de una nueva etapa en el desarrollo de la humanidad, una etapa en la que Dios actúa para liberar a los seres humanos de la situación a la que el pecado los había conducido.
La historia entra en una nueva fase con la revelación de Dios a Abraham, a quien ordena que deje atrás parientes y lugares familiares y emigre a tierras desconocidas. Le promete hacer de él una gran nación, y prosperarlo y bendecirlo (12.1-3); y le confirma esta promesa estableciendo un pacto, según el cual en Abraham habrían de ser benditas «todas las familias de la tierra» (12.3; cf. Gá. 3.8).
Génesis pone de relieve que el Señor no actúa de modo arbitrario al elegir a Abraham, sino que su elección forma parte de un plan de salvación que se extiende al mundo entero. El objeto último de este plan, la universalidad de la acción salvífica de Dios, se manifiesta en el hecho simbólico del cambio del nombre primitivo, Abram, por el de Abraham, que significa «padre de muchedumbre de gentes» (17.5).
A la muerte de Abraham, su hijo Isaac pasó a ser el depositario de la promesa de Dios; y después de Isaac, Jacob. Así fue transmitida de una generación a otra, de padres a hijos, todos los cuales, lo mismo que Abraham, vivieron como extranjeros fuera de su lugar de origen. Aquellos patriarcas (es decir, «padres del linaje») eran pastores seminómadas, protagonistas de un incesante movimiento migratorio. Su vida transcurrió entre continuos desplazamientos y asentamientos que, registrados en Génesis, dan a la narración un carácter peculiar.
Jacob, a lo largo de un misterioso episodio acaecido en Peniel (32.28; cf. 35.10), recibió el nombre de Israel («el que lucha con Dios» o «Dios lucha»). Este nombre se usó más tarde para identificar a las doce tribus; luego, al reino del norte y, finalmente, a la nación israelita en su totalidad.
La historia de José hijo de Jacob es fascinante. Vendido como esclavo y llevado a Egipto, José se ganó la voluntad del faraón reinante, que llegó a elevarlo hasta el segundo puesto en el gobierno de la nación (41.39-44). Tan alta posición política permitió al joven hebreo llevar junto a sí a su padre, quien, con hijos, familiares y hacienda (46.26), se estableció en el delta del Nilo, en la región de Gosén, una tierra rica en pastos y apropiada a sus necesidades y género de vida.
Al morir Jacob, sus hijos trasladaron el cuerpo a Canaán y lo sepultaron en una cueva que Abraham había comprado (50.13) para enterrar a su esposa (23.16-20). Aquella compra tiene en Génesis un claro sentido simbólico, porque prefiguró la toma de posesión por los israelitas de un territorio donde los patriarcas habían vivido en otro tiempo como extranjeros.